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Desde hace tiempo se ha incrementado mi gusto por el entretenimiento popular que se produjo en los Estados Unidos durante la década de los cincuentas. No es por nostalgia (ni siquiera había yo nacido aún) ni por el dudoso valor "kitsch" de esas santurronas producciones cinematográficas o televisivas... lo que me gusta es la dualidad de propósitos, y el conocimiento de que fué en esa década cuando el entretenimiento empezó poco a poco a convertirse en propaganda y en el método de control masivo más eficiente, cuyo propósito fue el de moldear a la sociedad de la post-guerra de forma que por años subsecuentes ninguna acción gubernamental fue cuestionada. Y los que se atrevieron a hacerlo sufrieron una variedad de castigos (mayormente sociales), cuando en nuestros tiempos serían considerados héroes.

Los conceptos del gobierno para el pueblo y por el pueblo, la santidad de la familia y la xenofobia siempre han existido, pero con el advenimiento de la televisión (y la explosión del cine hollywoodense) dichas ideas fueron insidiosamente grabadas a fuego en la conciencia colectiva, de tal forma que, para bien o para mal, la exportación del mencionado entretenimiento fué una mejor arma de invasión que cualquier ejército. En la actualidad los Estados Unidos forjan pasivamente la cultura de más de la mitad del mundo. Y todo empezó en los cincuentas... la mejor parte, sin embargo, es el saber que detrás de la aparentemente inocua faz de "I Love Lucy", las agencias gubernamentales (la consabida "sopa de letras": CIA, FBI, NSA, ad nauseum) conspiraba para afianzar su control sobre el mundo occidental, por medio de actividades diametralmente opuestas a lo que se predicaba en los medios de comunicación.

En este mundo de paranoia tras bambalinas y hueco optimismo social, se dió el género cinematográfico de ciencia ficción que tuvo sus raíces en el colectivo miedo al comunismo y en general a la xenofobia que inspiró. Los villanos visitantes del espacio (por lo general del planeta ROJO, je, je) buscaban insidiosamente corromper el american way of life desde adentro, infiltrándose en círculos económicos y científicos para minar las ideologías que sostenían el sueño.

Es en ese extraño entorno social cuando surge una de las películas definitivas del mencionado género: "The Day the Earth Stood Still" (El Día Que La Tierra Se Detuvo). Esta película, de 1951, dirigida por el Spielberg de la época, Robert Wise, tiene una visión mucho más progresiva, y examina el clásico escenario de una "invasión" extraterrestre diferente a las demás: consta solamente de un hombre (y su robot) y su mensaje es de paz, pero no exento de amenaza.

La historia comienza con la llegada de un platillo volador a la ciudad de Washington. Esta vez no hay error: no es un avión, ni una bandada de pájaros ni gas del pantano. Un OVNI de sencillo y elegante diseño aterriza en un parque a mitad de la ciudad, y permanece quieto y silencioso el tiempo suficiente para que el ejército haga su aparición y rodee al extraño vehículo.

Luego de una tensa espera, el platillo se abre... y de él sale un robot humanoide de tres o cuatro metros de altura. Se queda quieto y espera. Tras él, aparece una figura humana, delgada, con un traje plateado (me imagino que es plateado... después de todo la cinta es en blanco y negro), que se aproxima al cerco militar con un objeto en la mano (un regalo para el presidente). El objeto se abre súbitamente, lo que desencadena un ataque contra el visitante, quien cae al piso, herido. El robot no toma esto con buen humor y a continuación ataca a vehículos y soldados con un rayo desintegrador (haciendo gala de excelentes efectos especiales, considerando la época en que se filmó la película).

El alienígena detiene al robot y permite ser llevado a un hospital para atender sus heridas. En el hospital, ya sin traje espacial, su apariencia es completamente humana, aunque su actitud refleja sabiduría mucho más allá de la de sus nerviosos anfitriones. Es entonces cuando el extraño revela que su nombre es Klaatu, y que tiene una misión de suma importancia: debe transmitir un mensaje a los dirigentes de la tierra. De dicho mensaje depende el futuro del planeta. Sin embargo, la asamblea de líderes que desearía Klaatu tal vez no se logre: cuando le informan que el mundo está dividido en facciones que no se sentarán a la misma mesa, el extraterrestre asegura que no le interesan las burdas peleas internas que existen en el planeta. Su mensaje es igualmente importante para todos, y no se lo dirá a unos cuantos para fomentar las divisiones políticas existentes.

Cuando Klaatu se da cuenta de que las circunstancias no cambiarán sólo porque él así lo demanda, decide fugarse del hospital. La sonrisa que aflora en sus labios cuando oye que cierran con llave su cuarto no tiene precio. Una vez en la calle, bajo el nombre de Carpenter (el carpintero... nada sutil analogía de otro redentor que sufre por sus buenas intenciones) se instala en una casa de huéspedes, donde tratará de conocer más a los habitantes del planeta interactuando es sus vidas día a día.

Es así como Klaatu conoce a un niño que lo guiará hasta un científico de mente abierta (seguramente inspirado por el mismo Albert Einstein). Luego de revelar su identidad real, Klaatu sugiere una junta no de líderes políticos, sino científicos, con la esperanza de que su criterio sea más amplio y sepan reconocer la importancia planetaria del mensaje sin importar los conflictos ideológicos. Para probar al científico la veracidad de su identidad, Klaatu, con ayuda de su robot, suspende el servicio eléctrico durante media hora en todo el mundo... excepto donde la falta de electricidad puede producir daño a la humanidad (como en hospitales, aviones en vuelo, etc.).

Cuando Klaatu por fin logra su reunión de destacados científicos de toda denominación, transmite el esperado mensaje. El poder atómico es una herramienta muy poderosa, que no debe estar en manos de seres tan poco evolucionados como la humanidad. Si no se maneja con el debido cuidado, la Tierra estará en peligro de ser aniquilada por vastos poderes que no vacilarán en sacrificarla para que no represente un peligro cósmico en el futuro. Con esto Klaatu se retira. No hay discusión ni lugar para negociar. Y aunque al final el destino de la humanidad se deja abierto, el tono pesimista de la cinta acepta que no habrá cambio de actitud respecto al uso indiscrimiado de la energía atómica... o nos destruímos solos o nos destruyen los vigilantes de la galaxia.

Ahora, más de cincuenta años después el mensaje suena inocente y trillado. Pero en su tiempo representó una de las primeras voces en contra del armamentismo y a favor de la tolerancia. No es de extrañar que se haya sospechado de Robert Wise como comunista en la famosa inquisición del senador McCarthy a fines de los cincuentas. Dichos mensajes de tolerancia eran interpretados como clara muestra de culpabilidad y de intención de subvertir el estándar político.

Pero bueno... ya hablé demasiado de política, tema que en general me tiene sin cuidado. Aparte de su obsoleto mensaje, "The Day the Earth Stood Still" es una brillante muestra de celo artístico que sobresale por mucho de el resto de películas de ciencia ficción de los cincuentas (tal vez con excepción de las venerables "War of the Worlds" y "Forbidden Planet"). Hasta el advenimiento de "2001" en 1968, "The Day the Earth Stood Still" fue la mejor película de ciencia ficción que logró mezclar la fantasía esperada con el contenido intelectual de la mejor literatura del género. Una joya poco vista y no tan apreciada como lo merece.

Pablo

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Tetsuo

The Breakfast Club

The Day The Earth Stood Still

Heathers

The Parent Trap

The Haunting (1963)

Can't Hardly Wait

The Day the Earth Stood Still

Imagen © 1951 20th Century Fox

20th Century Fox
1951
92 minutos

Dirigida por Robert Wise
Escrita por Edmund H. North, basado en la historia corta de Harry Bates

Elenco: Michael Rennie .... Klaatu
Patricia Neal .... Helen Benson
Hugh Marlowe .... Tom Stevens
Sam Jaffe .... Profesor Jacob Barnhardt
Billy Gray .... Bobby Benson
Frances Bavier .... Sra. Barley
Lock Martin .... Gort