Como mucha gente del continente americano, mi primer contacto con la obra
del holandés Paul Verhoeven fué con la película "Robocop", de 1987.
La mezcla de violencia casi clínica y mordaz sátira social la convirtió en
uno de los pilares del cine de acción contemporáneo. Luego, en 1992, con "Bajos
Instintos", Verhoeven prácticamente inventó el subgénero del "thriller
erótico". Con esas dos muestras pretendo ilustrar que este hábil cineasta
ha logrado adaptar la feroz intensidad de sus películas europeas a un mercado
un poco más suave y menos habituado al tratamiento frío y crudo de ciertos
temas escabrosos. La sorprendente violencia de sus antiguas películas (como
"Flesh + Blood" y "Spetters") y la perturbadora sexualidad
de "El Cuarto Hombre" lo prepararon para manejar material eminentemente
hollywoodesco con una sensibilidad pocas veces vista, lo que le confirió una
credibilidad económica en los círculos de producción cinematográfica que paulatinamente
le han dado mayor libertad para transmitir su visión con mayor fidelidad a
sus ideas.
Es por eso que "El Hombre sin Sombra" se siente como un paso atrás
en su carrera. En ningún lado se manifiesta el sutil sarcasmo con el que Verhoeven
tradicionalmente transforma sus incomprendidas obras en auténticos estudios
sociológicos (como "Starship Troopers" y "Showgirls",
cinta que considero la sátira más sutil y afilada sobre el culto a la sexualidad
y a la belleza de la cultura occidental). Desde luego, existe en "El
Hombre sin Sombra" un cierto comentario social, pero de ninguna manera
tan profundo como el de, digamos, "Starship Troopers".
Pero me estoy adelantando.
"El Hombre sin Sombra" es una reinterpretación de la ancestral historia
del hombre invisible. No me refiero en particular a la novela de H.G. Wells
(aunque comparte elementos temáticos que ninguna de las adaptaciones cinematográficas
"oficiales" habían usado), sino a la antiquísima fantasía de la
invisibilidad. La historia, bastante simple, narra la etapa final de un experimento
secreto, financiado por el ejército norteamericano (¿quién más?) cuyo objetivo
es hacer invisible a un ser humano y regresarlo a la normalidad en buen estado.
El director del proyecto es Sebastian Caine, un genio arrogante que, uno supone,
es tolerado sólo por su gran inteligencia. Con la complicidad de ciertos miembros
de su equipo se aplica a sí mismo el procedimiento y se vuelve invisible.
Sin embargo, la nueva libertad que le confiere esta condición empieza a afectar
su percepción de la moralidad y la ética hasta volverlo una amenaza para aquellos
que lo rodean.
El centro temático de la cinta puede resumirse en el mejor parlamento, que
repito sin remordimiento, pues fué revelado (prematuramente, en mi opinión)
en los cortos de la cinta: "Es sorprendente lo que uno puede hacer cuando
no tiene que verse en el espejo". La condición mental de Caine se deteriora
rápidamente y lo convierte en un monstruo sin inhibiciones. Me parece que
la idea implícita es que en todos nosotros, bajo la frágil máscara de urbanidad
que necesitamos para interactuar en sociedad, se encuentra un ser primitivo,
feral, para quien las inhibiciones son un mero inconveniente en la consecución
de lo que desea o necesita. No es un comentario muy novedoso, pero al menos
le presta un poco de profundidad a la cinta. Tal vez un hace falta más cinismo
en el guión. A la mitad de la película me imaginé que a continuación veríamos
los esfuerzos del poder político por aprovechar al máximo al hombre invisible
como herramienta militar o económica, y la lucha de poder entre el títere
y el titiritero. Pero en vez de eso la historia decae hasta adoptar la clásica
mecánica de "la casa embrujada": varias personas atrapadas en un
ambiente confinado y una amenaza suelta, acechándolos, lista para atacar sin
previo aviso.
Las actuaciones son adecuadas; ninguna sobresale (ni siquiera la del excelente
Kevin Bacon), tal vez por lo apresurado del ritmo. No hay tiempo de desarrollar
a los personajes más allá de lo mínimo necesario para asimilar su función.
Cuando los cadáveres empiezan a multiplicarse, no hay impacto alguno. Y aunque
Elisabeth Shue recibió una muy merecida nominación al Oscar por su trabajo
en "Leaving Las Vegas", no ha habido nada desde entonces que pruebe
que su excelente desempeño en esa cinta no fue sólo casualidad. Como lo demostró
en las mencionadas "Starship Troopers" y "Showgirls",
Verhoeven tiene la capacidad de incorporar las malas actuaciones a la intención
de sus películas, enfatizando la ironía de su implacable visión. En "El
Hombre sin Sombra" las mediocres actuaciones son producto del poco desarrollado
guión, y echan por tierra el potencial de la cinta.
Como ya es costumbre, una cinta mediocre es en muchas ocasiones rescatada
por los adornos visuales, y en eso "El Hombre sin Sombra" se luce.
Los efectos especiales son extraordinarios. En el pasado el director ha hecho
uso muy diestramente de esta herramienta, usándola para complementar perfectamente
la historia (como en "Robocop" o "Total Recall"). Sin
embargo aquí parecen ser más un fin que un medio para ayudar a la narrativa.
Y sin una sólida narrativa, los mejores efectos especiales se convierten en
una experiencia hueca, sin resonancia emocional.
"El Hombre sin Sombra" es un mediano thriller de ciencia ficción
con efectos especiales impresionantes, que podrían hacer que valiera la pena
verla a quienes gusten de eso. Resulta para mí una particular desilusión luego
de ver la genialidad del resto de la obra de Paul Verhoeven. Supongo que puedo
recomendarla marginalmente, siempre y cuando no se tengan muy elevadas expectativas.
Calificación: 6