Causa auténtica desilusión que una película como "El Profesor Chiflado 2" se estrene en docenas de cines, con toda la fanfarria publicitaria que pueda pagar el distribuidor, mientras que cintas como "Dioses y Monstruos" quedan relegadas a la sala más chica de algún multiplex, donde, sin ayuda de publicidad, permanecerá tal vez una o dos semanas, para ser luego reemplazada por alguna película de éxito que languidece en las salas en busca de ese dinero extra de los que se esperan a verla hasta el último momento. Entonces, los distribuidores dirán: "Ya ven? Ni siquiera hubo utilidades. Por eso no traemos más películas de calidad".
"Dioses y Monstruos" es un asombroso logro del joven director Bill Condon, quien con un presupuesto que no pagaría siquiera el teléfono celular de Arnold por una semana, ha creado una obra inteligente, emotiva y mordaz, adornada con actuaciones realmente estelares por parte del menospreciado Brendan Fraser y el gran Ian McKellen.
La cinta contempla la última etapa en la vida del director James Whale, quien se hiciera famoso principalmente por dirigir la clásica "Frankenstein", allá por 1937. Durante su vejez, rodeado de lujo pero en casi total soledad, Whale hace amistad con un joven y algo obtuso jardinero, quien tal vez le recuerda a la misma creatura que años antes le diera fama y fortuna al anciano director.
Básicamente eso es todo. El director nos muestra pausadamente las sutilezas de esa extraña pero floreciente amistad. Los actores se pierden en sus papeles, y en todo momento aceptamos el ser testigos de un pasaje de la vida de tan dispares personajes.
De Ian McKellen se espera lo mejor, y desde luego lo cumple. Más de la mitad de su actuación está fundamentada en su lenguaje corporal, y es realmente emocionante ver a un actor que controla plenamente cada herramienta de su oficio, por sutil que parezca. Brendan Fraser podría haber sido eclipsado ante la titánica labor de McKellen, pero mantiene muy bien su posición, en un papel que en primera instancia parece burdo e ingrato, pero que durante el desarrollo de la película evoluciona en forma tan sutil que difícilmente se percibe. Y nunca está de más mencionar a Lynn Redgrave, quien a pesar de su corto papel, domina todas las escenas donde aparece, incluso en ocasiones a costa del mismo McKellen.
La fotografía es muy buena. La paleta de colores sugiere una fotografía vieja, lo que puede funcionar como analogía de la vida de recuerdos en la que gusta sumergirse el anciano director. La música es suave y minimalista, aunque en ocasiones toma prestados los acordes y rimbombancia típicos de la música de catálogo con la que se musicalizaban las películas de horror de antaño.
Esta es una película brillante; una auténtica labor de amor y un homenaje
a uno de los cineastas más menospreciados de este siglo. Tal vez deba advertir
que, siendo James Whale un homosexual confeso, la cinta con frecuencia gira
en torno a este aspecto de su vida. A quien esto le moleste se estará perdiendo
de una de las mejores películas que se exhibirán este año. Muy recomendada
para quien guste del buen cine, y a quien no le importe de vez en cuando ver
una película tranquila, tal vez lenta, pero nunca aburrida. Pero apresúrense,
porque estoy seguro de que su estancia en cartelera será más corta de lo que
merece.
Calificación: 9