Crítica por Mateo Sancho Cardiel
La crítica a la sociedad absolutista, todas las intrigas cortesanas europeas y el exacerbado egoísmo en que devenía un tremendo aburrimiento causado por una inutilidad total bajo una pretendida brillantez cultural, es algo que hemos estado acostumbrados a ver en innumerables películas.
Precisamente por eso, resulta muy reconfortante que a estas alturas nos llegue una visión diferente y emotiva de aquello que hemos visto tantas veces, que nos consiga transmitir el aliento de la injusticia sin vistas a la ecuanimidad de manera que todavía nos impacte y nos atrape dramáticamente.
Éste y otros muchos más méritos reúne la nueva propuesta del director de "La Misión" y "Los gritos del silencio", Roland Joffé. Una cinta que inauguró el Festival de Cannes del año 2000 en medio de una absurda polémica por parte de los anfitriones debido a que no respetaba el idioma de la tiranía dieciochesca por excelencia, sino que veíamos a "Vatel", el maestro de ceremonias de Luis XIV, hablando en un claro idioma sajón. Después de todo, las cosas no han cambiado tanto desde la época que esta magnífica y preciosista película retrata.
Encarnado por un inmejorable Gérard Depardieu, Vatel es el humilde maestro de ceremonias de un lujoso castillo de Chantilly, que no responde sin embargo al auge económico de su dueño. La nobleza que una vez más ha quedado sin funciones y cada vez con menos dinero, intentará dar una última demostración de su antigua hegemonía con el mayor desfile de medios estéticos y culinarios para rendir tributo a Luis XIV, que durante su estancia en el castillo habrá de decidir si habrá o no guerra con Holanda. La responsabilidad de que todo salga perfecto cae en el modesto pero genial Vatel. Así, durante esos días, sentirá que el destino de Europa está en sus manos, recibirá un especial poder desde su parca cocina y por ello una gran motivación para realizar su trabajo. Así, desde esa gran ilusión, el personaje irá evolucionando a través de sus prodigiosos diseños festivos hasta la más completa desidia y decepción al darse cuenta de que la voluntad del Rey jamás se basará en la meditación, ni tan siquiera en su estado de ánimo, sino en su caprichoso talante. Aunque la película plantee en un principio sus esperanzas de humanización de la sociedad, éstas se van derribando una por una hasta dejar una desolación absoluta en el espectador.
Además de estos apuntes filosóficos, aplicables mucho más fácilmente a la sociedad actual, coexisten perfectamente dos historias que enriquecen y aportan nuevas informaciones y emociones. Por un lado, la historia de amor imposible entre Vatel y el visceral personaje que interpreta Uma Thurman, una dama de reciente y difícil inserción en la sociedad aristocrática, que aún mantiene ciertos valores morales y que no ve a sus siervos como animales de carga. Ella encontrará en Vatel un ser que siente y piensa, profundo y sutil, algo que sólo también descubre el hermano de Rey, que opta por la promiscuidad como medio de evasión, y bajo su aparente frivolidad se esconde la incomprensión. Por otro, el trato del cocinero a todos sus empleados, a los que, a su pesar, no puede pagar, y que crean un marcado contraste con la corte. Dos extremos, de la pobreza a la degeneración barroca. Y es su compromiso con ellos lo que desencadenará el curso de los acontecimientos, cuando los servicios de Vatel sean apostados y perdidos por su amo en una partida de cartas. Mientras, Tim Roth representará la cobardía y la mentira de un malvado consejero del Rey, quizá el personaje más arquetípico de la historia, pero no por ello el más débil.
Sin embargo, lo que realmente destaca de "Vatel" es su factura técnica: la hiperclásica y excelente banda sonora del incombustible Ennio Morricone, la luminosa fotografía, las buenas interpretaciones y la excelente labor de dirección; y especialmente virtuosa es la dirección artística, que no en vano fue candidata al Oscar. Toda la imaginería barroca creada por el maestro de ceremonias es mostrada en la película como un don inconmensurable de Vatel, pero no hay que olvidar que ha habido alguien detrás en su realización cinematográfica. Los espectaculares montajes vegetales del primer día, el fuego como motivo principal del segundo y el colofón del agua y el hielo en el último día, crean conjuntos de maravillosa espectacularidad y prodigiosa imaginación. Y así no hay más cariz trágico que el que nos ofrece la escena final, en la que todo aquel despliegue de arte reducido a un desastre tiene que ser recogido y destruido por los que no han disfrutado de ello, si dicho trabajo no lo hace la propia naturaleza. En definitiva, "Vatel" es una obra que devuelve al cine su valor de elemento agrupador de miles de aspectos artísticos, todos y cada uno de ellos llevados a su expresión más minuciosa y perfecta. Un filme para descubrir y sorprenderse con cada fotograma.
© 2001 Mateo Sancho Cardiel
Imagen © 2000