Crítica por Joaquín R. Fernández
Uno no puede dejar de sorprenderse al comprobar que Enredos de Sociedad es una película cuya producción casi ha costado tanto como la de The Mummy Returns (El Regreso de la Momia). Asolada por diversos problemas que han alargado su rodaje (parece ser que Beatty no estaba muy conforme con el resultado final, por lo que mucho me temo que no nos encontremos ante un filme enteramente de Peter Chelsom), la película ha acabado recaudando unos pírricos seis millones de dólares en el mercado estadounidense.
Por todo ello, la pregunta se hace evidente: ¿es Enredos de Sociedad tan mala como su tortuosa realización parece indicar? Bueno, pésima no es, pero, desde luego, no se puede librar del calificativo de regularcilla. Y es que el guión de la película posee una estructura de lo más dispar, moviendo a los personajes de un sitio para otro con un único objetivo: reunirlos en secuencias cumbre que, en teoría, deberían servir para que el espectador estallase en carcajadas ante los equívocos presentados. Pero, desgraciadamente, esto no sucede, y los escasos gags se suceden con una evidente sensación de que algo falla en ellos, a pesar de partir de premisas que en principio bien pudieran parecer interesantes.
Cierto que el reparto es de lo más atractivo y que no se puede poner ninguna queja a ninguno de los actores que intervienen en la cinta (tiemblo de sólo pensar que otros intérpretes hubiesen intervenido en el filme en vez de Warren Beatty, Diane Keaton -que parece sacada de una película de Woody Allen-, Goldie Hawn y Garry Shandling), pero la sensación de encontrarnos ante un conjunto de elementos totalmente desperdiciados sólo hace acrecentar mi rabiosa desesperación por el discreto placer que produce el visionado de Enredos de Sociedad. Reconozco que existen comedias mucho peores que ésta, por supuesto, pero viendo la gente involucrada en el proyecto la frustración final se hace aún más latente en el recuerdo del espectador. Al menos uno se puede quedar con algunos momentos divertidos, como el paródico Charlton Heston, que no duda, rifle en mano, en reírse de sí mismo y de la imagen conservadora que los medios resaltan de él (por cierto, qué pena que no se desarrolle más su personaje y el de su mujer).
La partitura de Rolfe Kent, al igual que la película, no dejará ningún tipo de huella en aquél que se intente fijar en ella; tan sólo hay un momento de bastante calidad, y es aquél en el que el compositor adorna la llegada de los Stoddard a la casa de la playa en la que les esperan unos cuantos japoneses.
© 2001 Joaquín R. Fernández
Imagen © 2001