Crítica por Rubén Corral
Presentada en el Festival de San Sebastián para homenajear a su protagonista, un excelente -como es, por otra parte, habitual- Michael Caine, "Shiner" (id., John Irvin, 2000) es una película adscrita abiertamente al género cinematográfico boxístico para centrarse en lo que se constituye como un auténtico subgénero, el de la corrupción del entorno del boxeo. Con abundantes citas -ni siquiera puede hablarse de influencias- a la estética de la violencia practicada por Martin Scorsese dentro del género -no hay más que recordar la más cruda de las películas de boxeo, que corrió a cargo del neoyorquino, el biopic de Jake LaMotta, "Toro salvaje" (Raging bull, 1980)-, el polivalente John Irvin intenta, la mayor parte del tiempo, caligrafiar las sensaciones que produce la historia que tiene entre manos y hacer bascular el peso de la narración en su protagonista porque sabe que está en estado de gracia. Son ésos los mejores momentos de una película que corre el peligro de desaparecer engullida por el páramo veraniego que es la cartelera española estas fechas y que, sin embargo, tiene cosas que decir.
Un promotor de boxeo inglés llamado Billy "Shiner" Simpson (Michael Caine) empeña toda su fortuna y algo más en la preparación de una velada que posibilite que su hijo, un joven púgil local muy famoso en Inglaterra, pueda llegar a disputar un combate por el título mundial. "Shiner", que actúa como un auténtico mafioso a pequeña escala, sospechará, tras la derrota de su hijo, de un posible tongo.
El guión deja pistas falsas y olvida, como mandan los cánones, personajes vitales en el devenir de la historia a lo largo de la narración. Sin embargo, "Shiner" es algo más que un whodunnit. La genial interpretación de Caine, que es capaz de resaltar los toques brutalmente horteras de su personaje, logra desviar hacia el personaje (que es el título del film, no hay que olvidarlo), hacia una caída a los infiernos que va dejando al descubierto sus maltrechas relaciones con familiares y compañeros de profesión, todo el interés de la historia. Cuando finalmente se alcanza la solución del entuerto, la salida no es tan barata como se pretende sino la culminación de ese vertiginoso declive ya anunciado en los momentos de euforia de su personaje, antes del combate de su hijo, una espiral de mediocridad que, simplemente, llega a una culminación puramente patética.
Irvin planifica con tacto la mayoría de sus secuencias pero, como ya he dicho, resulta menos interesante (porque tiene algunos encuadres muy bien seleccionados) cuando pretende hacerse notar o quiere resaltar el interés de determinado momento. Entonces suele errar, porque lo que produce es un extraño efecto que conduce al espectador fuera de la propia historia para preguntarse por qué rábanos hará este tío este movimiento de cámara o este corte.
© 2001 Rubén Corral
Imagen © 2000
Dirección: John Irvin.
País: Reino Unido.
Año: 2000.
Duración: 98 min.
Interpretación: Michael Caine (Billy 'Shiner' Simpson),
Martin Landau (Frank Spedding), Frances Barber (Georgie), Claire Rushbrook
(Ruth), Frank Harper (Stoney), Andy Serkis (Mel), Matthew Marsden (Eddie 'Golden
Boy' Simpson), Gary Lewis (Vic), Eamon Geoghegan (Staff), Kenneth Cranham
(Gibson).
Guión: Scott Cherry.
Producción: Geoff Reeve.
Música: Paul Grabowsky.
Fotografía: Mike Molloy.
Montaje: Ian Crafford.
Diseño de producción: Austen Spriggs.
Dirección artística: Alan Cassie.
Vestuario: Stephanie Collie.