Crítica por Ismael Alonso
Lo que se ha atrevido a hacer Vicente Molina Foix a estas alturas de su vida y su carrera no se entiende si no es analizándolo desde el propio ego del autor. Molina Foix, escritor y adaptador de cierto renombre dentro de esta estructura basada en la fantasmagoría y las amistades peligrosas que resulta la intelectualidad española, es, además lo que se denomina, con tacto cercano a la patología, un cinéfilo. Pero no uno cualquiera, no. Foix se ha ganado muchas veces el pan y el prestigio como crítico de cine. Orientando, ensalzando y destrozando las obras ajenas. Uno, que en la medida de sus posibilidades (y éstas son tan reducidas que cabrían en el cerebro de un click de famobil) nunca se le ocurriría pasarse al otro lado si sabe que no va salir muy airoso.
Es difícil, por no decir imposible, empezar como critico y acabar como director. En Francia algunos lo hicieron (y tuvieron éxito en aquella Novelle Vague de los Truffaut, Goddard y Rohmer) pero mucho me temo que aquí, entre españoles amantes de platos fríos como el gazpacho y la venganza, haber ejercido de crítico y lanzarse a la dirección solo se puede saldar con el suicidio artístico (como es el caso) o con la indiferencia.
Parece mentira que Molina Foix, guionista y director de "Sagitario", después de ver tanto y tan buen cine sólo sea capaz de pergeñar un monumento a la estupidez como el que presenta. "Sagitario" es una película plagada de gestos que provocan un feroz rechazo principalmente porque la tesis fundamental de la película es que los personajes de cierto estatus cultural y monetario siempre saldrán triunfantes y los desfavorecidos de la sociedad seguirán en su estado de embarramiento mental, económico y emocional. Según Molina Foix, sólo la elite cultural (los artistas, pintores, arquitectos, etc.) podrán atisbar la felicidad... al resto no les queda más que verlas venir.
"Sagitario" es una comedia sobre un microcosmos de personajes absurdamente movidos por la lógica del azar en forma de emparejamiento en la que el autor demuestra un regusto hacia la broma personal (la cinefília, el teatro de Shakespeare) carente de interés para todo aquel que no pertenezca a su exclusivo círculo de amistades Mientras que parece más o menos solvente al presentar a los personajes ganadores, artistas sin oficio ni beneficio inmersos en la crisis de los 40, demuestra una flagrante falta de interés y acierto a la hora de retratar a lo que él supone que es el hombre de la calle. Prefiere mantenerse en su torre de marfil y recurrir al tópico manido, a la incongruencia y al esperpento para recrear lo que supone debe ser la juventud iletrada de la que parece abominar. La opera prima de Foix, igualmente, abunda en diálogos meticulosamente artificiales, pura ingeniería semántica al servicio de la nada que sólo tiene valor decorativo. Técnicamente, además, Molina Foix siempre quiere estar presente en cada uno de los planos rodados, como prefiriendo que se note su presencia de autor moviendo la cámara siguiendo un antojo molestamente estético en lugar de ir encuadrando correctamente la acción a favor de una narración menos afectada. Los travelings, los movimientos absurdos de cámara, distraen la mirada de una trama, por otra parte, plagada de personajes que aparecen y desaparecen sin dejar rastro haciendo perder el rumbo a una película que se anuncia como una comedia y termina siendo un monumento al quiero y no puedo.
Tampoco ayuda en exceso el reparto, con todo lo mejor de la película. Ángela Molina sigue resultando una presencia estimulante y su papel, aunque algo desorientado, está bastante bien interpretado. Eusebio Poncela retoma casi al pie de la letra, aunque dulcificado, el papel que le devolvió al mundo del cine en "Martín H" y Enrique Alcides cumple más por presencia que por capacidad dramática. El resto del reparto va desde el desaprovechamiento (Héctor Alterio, Mónica Randall) al despropósito (María Isasi). En definitiva, nos encontramos ante un trabajo que surge de lo anecdótico, gira hacia lo inverosímil y termina zambulléndose de lleno en el ridículo con escenas que producen en el espectador vergüenza ajena. Si "Sagitario" le ha servido a su autor apara sacarse la espinita de hacer cine el invento ha resultado a medias porque ahora son los espectadores los que tenemos clavada esta espina en la retina.
© 2001 Ismael Alonso
Imagen © 2001