Crítica por Mateo Sancho Cardiel (Festival de San Sebastián 2000)
Cuando empezó la proyección de Los ríos de color púrpura no dábamos crédito a lo que nuestros ojos estaban viendo. Una película de acción llena de adrenalina rodada con abundancia de medios, con escenas espectaculares, fotografía deslumbrante y partitura inquietante. Desde luego, nos pilló a casi todos desprevenidos, sin saber muy bien cómo reaccionar, pero, francamente, resultó ser un soplo de aire fresco entre tanto cine de bajo presupuesto. Probablemente, si lo hubiera visto en las salas comerciales, no me hubiera agradado tanto, pero fue esa sorpresa, ese contraste el que favoreció a una película francamente convencional.
La historia es una mezcla de Máximo Riesgo, Seven o El resplandor, pero la mezcla no sabe a refrito estilo Resurrección. Y eso es, en parte, gracias a los personajes, que no son los típicos "flipaos" sabelotodo que se sacan deducciones de la manga y salen ilesos de entre un vendaval de balazos (¿te estás dando por aludido, Cruise?). Más bien al contrario. El personaje de Jean Reno es precisamente una parodia de todo eso, teniendo como contrapunto a Vincent Cassel, el policía inexperto más pardillo pero, finalmente, más eficaz. Cada uno empieza su investigación por su cuenta, siguiendo casos y pistas diferentes, pero todo va a desembocar en una misteriosa universidad enclavada en la montaña que ha desarrollado una fábrica de superdotados y una sociedad autárquica con aspiraciones de prosperar siguiendo las enseñanzas nazis.
Ciertamente, el planteamiento es muy interesante, casi filosófico. Pero finalmente es la acción la que domina el filme y desaprovecha la temática que podría haberle dado mucha más calidad. De todas formas, el entretenimiento está asegurado, por el ritmo trepidante del filme y las preciosistas imágenes de las montañas nevadas. Por otro lado, la reconstrucción de la tétricamente pulcra universidad es espléndida y aterradora, las interpretaciones son bastante correctas, y la dirección es acertada. Podría haber dado más de sí, pero el resultado es bastante satisfactorio.
Por último, destacar el humor, siempre presente en toda la película, que dinamiza su desarrollo, la hace un producto refrescante, un agradable paréntesis en un festival de mucha intensidad que, con toda probabilidad, llegará a nuestras pantallas en breve. Y, de verdad, que si como alternativa tienen a Van Damme, John Woo o Stallone, no lo duden: quédense con Mathieu Kassovitz, que si buscan entretenimiento lo tendrán, no les decepcionará. Y, por lo menos, con cierta coherencia argumental, sin tantas inverosimilitudes y con un poco de calidad interpretativa. Para parar un rato agradable.
© 2001 Mateo Sancho Cardiel
Imagen © 2001