Crítica por Mateo Sancho Cardiel
Dentro de su pasmosa perfección, "Los Otros" se ha visto injustamente perjudicada por un género que se ha puesto en boga con "El sexto sentido": el suspense sobrenatural. Lo que pudiera sonar a oportunismo, a clave de acceso para asaltar la taquilla estadounidense, no es más que una desagradable coincidencia, que ha restado inevitablemente algo de valor a un filme que no ha dejado margen al error y que llevaba ya escrito más de tres años. Los méritos de su tercera película son tantos que es difícil reflejarlos todos en estas línes. En ella, Alejandro Amenábar muestra una insólita madurez cinematográfica que no ha sido ni siquiera corrompida por un alto presupuesto y la entrada en el juego de dos estrellas que ha cambiado el rumbo de las perspectivas comerciales de la película: Tom Cruise y Nicole Kidman.
Pero, por otro lado, "Los Otros" es la prueba fehaciente de que el problema del cine actual no es la falta de nuevas ideas, sino la carencia absoluta de talento. Porque Amenábar no innova en apenas ningún sentido en ésta su definitiva película, sino que utiliza mil y un recursos de un género que conoce al milímetro, de manera que los combina con soberbia genialidad y crea un filme que atrapa al espectador, lo encierra en las paredes de una lúgubre mansión convirtiéndole en partícipe de la pesadilla allí vivida. El joven director da la vuelta a todos los tópicos del género, y así consigue que, finalmente, no tengamos miedo a la oscuridad, sino a la luz del día, la acción pausada del filme otorga más intensidad que las precipitadas tramas de otros filmes de terror, el minimalismo nos ahoga en su simpleza. Sin duda, su capacidad para manejar las emociones del respetable es la característica más notoria y brillante de la película.
Porque, aunque difícil de catalogar, "Los Otros" tiene un amplio componente de thriller psicológico: pese a la impresionante ambientación, es la relación entre una madre, sus hijos y el servicio lo que marca el camino de la trama. Unos retratos tan sutiles pero tan profundos de personajes que crean la verdadera intriga acerca de cuáles son los verdaderos vínculos que los unen y qué esconden en sus respectivos pasados. Para ello, el director ha pulido las relaciones al máximo, y éstas rezuman autenticidad, y ni tan siquiera los diálogos entre los niños se asoman a la banalidad, sino que logran ser tan puros que son pieza fundamental del enrevesado argumento.
Con un guión tan ajustado, tan preciso, tan matemáticamente calculado, el reparto tenía la enorme responsabilidad de darle verosimilitud y aportarle sentimiento. Las interpretaciones infantiles son brillantes, los criados, encabezados por Fionnula Flanagan también, pero mención especial merece la turbadora, ambigua, aterradora, pasional Nicole Kidman. En su trabajo reside una de las claves del poder de fascinación de "Los Otros", pues es de un calado tan profundo, que realmente produce escalofríos, te hace creer en lo más fantástico y derriba las barreras de lo real. Injustamente no reconocida en Venecia, los Oscar no deberían ignorarla por la que es la mejor interpretación de su carrera. Viendo la película, es difícil imaginar otra actriz que se adapte mejor a las características de la película, con la belleza gótica, gélida y ardiente, que haría las delicias del propio Hitchcock, que camina con elegancia por las oscuras habitaciones de la casa, en una relación simbiótica con el poderoso estilo visual de la película durante todo su metraje: a la luz del quinqué, fantasmagóricas brumas y la casa estupendamente escogida para encerrar secretos susurrados. Tomas sobrias pero efectistas, como la música, obra también de Amenábar, que conducen un hilo narrativo que no da tregua a la atención del espectador. Y hacía tiempo que alguien no lo lograba una película así, un filme de corte clásico, sin efectos, sin sangre, sin otro aval que el de un talento inconmensurable.
© 2001 Mateo Sancho Cardiel
Imagen © 2001