Crítica por Rubén Corral
Tras la aparición de "Moulin Rouge", "Destino de caballero" se une a la moda de utilizar de forma presuntamente artística el anacronismo, todos los anacronismos que pueda reunir bajo la manga ancha que proporciona la seguridad de contar con un mercado ávido por devorarse a sí mismo. No obstante, frente al exhibicionismo visual manierista de Luhrmann (también en su fallida película anterior, "Romeo + Julieta"), el oscarizado guionista de "L. A. Confidential" Brian Helgeland no se preocupa por que "Destino de caballero" tenga una estructura diferente a la de un telefilme. Confía en el tirón popular del joven protagonista Heath Ledger y le adhiere a una princesita de diseño interpretada con harta lamentabilidad por una bella actriz llamada Shannyn Sossamon. Para rellenar las más de dos horas de película le basta con acumular la mayor cantidad de tópicos. En este sentido, los resultados de la película de Helgeland y los principios que mueven "Moulin Rouge" no son tan distintos: que, desde el principio, el espectador conozca el desenlace de la historia pese a que se vista de película convencional en ambos casos, con una narración lineal y asumiendo (celebrando) que el espectador ya ha visto esa película millones de veces.
En este sentido, la operación de disfrazar ambas películas es ambientándolas en otro tiempo. En "Destino de caballero" es una premeditadamente difusa Edad Media (para que el guionista pueda diseminar alegremente referencias a hechos históricos lejanos en espacio y tiempo) cuya sociedad estamental procura las generosas diferencias de clase que cualquiera conoce. En este punto, la historia y la Historia comienzan a estorbarse. Helgeland, que juega con las cartas marcadas y no tiene la menor intención de descontentar a su público, se olvida de la Historia, se empecina en sus tópicos y se marca una lección personal de historia sui generis que expulsa -aunque sea mentalmente- al espectador de la película. ¿Cuál es el tópico que lo logra? Ese que dice que "todo se consigue con esfuerzo", el famoso No pain, no gain. Un mensaje del que estamos hartos por su reiteración y cuya validez no entraré a juzgar.
El caballero del título es Heath Ledger. Se llama William, es de origen humilde, y siempre ha soñado con ser un caballero. A lo que llega es a escudero. Socialmente no puede crecer más porque la Revolución Francesa todavía quedaba a bastantes años. Pese a todo, urde una trampa para hacerse pasar por su señor, que fallece en una justa. El fragmento en que William se rebautiza como Sir Ulrich de Liechtenstein ocupa la mayor parte del film, y se trata de convertir las competiciones entre caballeros que se extendían en un determinado período histórico por Europa central en una suerte de Mundial de Fórmula Uno que se compone de varios grandes premios. Todo esto ambientado en canciones de Queen, The Rolling Stones, Thin Lizzy o David Bowie. El propósito obedece al exclusivo afán de alejar la acción de una época tan concreta como la Edad Media y hacerla próxima a la audiencia acomodaticia de la actualidad. Propósito que retoma, una vez más, la querencia por el anacronismo, que me parece ha dado buenos resultados en más de una ocasión. Pese a todo, la fidelidad histórica no es un valor que haga una película mejor o peor.
Sin embargo, si los principios morales que mueven a los personajes son de nuestra época, si sus vestuarios (especial atención al de la protagonista) son de nuestra época, si la música es de nuestra época, si los hechos empíricos de esa época a los que se hace referencia se extienden por varios siglos, si es de nuestra época el afán competitivo, el feminismo, el arribismo y la meritocracia,... ¿Por qué había que hacer que esta película tuviera lugar en la Edad Media? La respuesta es la más fácil y la que tiene más visos de ajustarse a la realidad: la espectacularidad de las justas a caballo, lanza en ristre y golpes, armaduras, estandartes, caídas de caballos. En definitiva, fuegos artificiales; parecer que se cuenta algo en medio de mucho ruido. La ambientación pretendidamente histórica (Helgeland ha manifestado que quería aferrarse a la etapa) no es más que unos decibelios más en el nivel de ruido.
Si "Un domingo cualquiera" (Any given sunday, Oliver Stone, 2000) tenía que soportar la pesada losa de vivir exclusivamente de la (in)capacidad para epatar con sus imágenes ralentizadas o de medio segundo, "Destino de caballero" parece proponer un juego tan absurdo e insustancial como el que Stone urdía por medio del fútbol americano sólo que alejándolo a otra época como si con ello no facilitara que su ridículo fuera in crescendo. Un ridículo que arranca, no me resisto a contarlo, con la secuencia de créditos iniciales en la que el público de una justa corea el We will rock you de Queen.
© 2001 Rubén Corral
Imagen © 2001