Crítica por Rubén Corral
Suenan algunas composiciones de Harry James, Duke Ellington o Glen Miller mientras un desgarbado abuelete esta vez envuelto en una gabardina y un sombrero estilo Bogart que le va grande se lleva de calle a bellas mujeres a las que puede sacar cerca de cuarenta años. La ensoñación cinematográfica que lleva a Woody Allen a vivir prácticamente de forma exclusiva para el cine se traslada de manera más fantástica que nunca en su último trabajo en cartel, "La maldición del escorpión de jade" (The curse of the jade scorpion, 2001), en apariencia un ejercicio de nostalgia sin más profundidad que su propia excusa argumental. Sin embargo, Allen, que sabe más por viejo que por Allen, ya ha sufrido la dictadura de un gran estudio como el de Spielberg, la Dreamworks, en "Granujas de medio pelo", su peor trabajo en veinte años, y esta vez se las tiene que ingeniar para lanzar su mensaje oculto como si fuera de manera subliminal: la necesidad de los sueños en la vida del ser humano "rutinarizado" del siglo XX (y como somos los mismos los que hemos llegado al XXI, el mensaje sigue siendo válido).
Y como el único con carta de libertad para hacer las películas que desée en Dreamworks es el señor Spielberg (por eso se entiende que hayamos tenido que soportar estoicamente las soporíferas dos horitas y media de "Inteligencia artificial"), Woody Allen disfraza de historia de época su comedia romántica, que tanto debe a la superación de caducos títulos tan sobrevalorados como "La costilla de Adán" (Adam's rib, George Cukor, 1947), y que sustentaban su acción en la réplica ingeniosa entre los miembros de la pareja. Lo que no era más que la conjunción de las tradiciones de la screwball comedy (con esos hombres torturados por inteligentísimas mujeres) y del cine negro (con esas mujeres torturadas por el machismo más canallesco) alcanza por fin en esta película de Allen una conjunción hilarante e ideal.
Los guiños se suceden una y otra vez a lo largo de todo el metraje. Desde "Perdición" (Double indemnity, Billy Wilder, 1946), una de las películas favoritas del director hasta "El apartamento" (The apartment, Billy Wilder, 1960) pasando por otros nombres del género como "El sueño eterno" (The big sleep, Howard Hawks, 1945), de la que Allen extrae el frívolo personaje encarnado por Charlize Theron y de la que da cumplida cuenta en la culminación de una de las escenas más rocambolescas de la película.
Probablemente su película más optimista en muchísimo tiempo, "La maldición del escorpión de jade", como película melancólica que busca en el regreso a la apasionante década de los cuarenta vuelve a suponer una nueva experiencia en el cine de evasión como lo fueron sus incursiones en el musical o en las películas de época, y nos devuelve al Allen de la réplica ingeniosa (lástima que sea ante la sinsorga Helen Hunt, que no despabila ni con la banda de música), al tímido tartamudo que se disfraza del Humphrey Bogart que se le aparecía en "Sueños de un seductor" (Play it again, Sam, Herbert Ross, 1972). Es decir, recuperamos a ese miembro inteligente y gracioso de nuestra cada vez más menguada familia americana que, desde la más desternillante racionalidad, gusta en confiar en la magia que tanto aparecía en las películas de su admirado Fellini. De nuevo, el director de Rimini es citado abiertamente en la escena en la que Helen Hunt y Woody Allen son hipnotizados por David Ogden Stiers. Aunque el tono sea decididamente diferente, no deja de resultar estimulante, emotivo, que a uno le venga a la mente la escena de hipnosis de "Las noches de Cabiria" (Le notte di Cabiria, Federico Fellini, 1957).
© 2001 Rubén Corral
Imagen © 2001