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Crítica por Joaquín R. Fernández

No hay manera, en Hollywood siguen empeñados en elaborar productos arquetipo cuya base se encuentra en un predecible guión de telefilm. Hace poco nos llegaba La Hora de la Araña, y ahora, como si de un hijo se tratara, Gary Fleder dirige Ni Una Palabra. Hago esta comparación por la sencilla razón de que las características en las que se sustentan ambas películas son prácticamente las mismas. No hay reparos para darle la espalda a la originalidad, pues se parte de la premisa de que el espectador sólo busca más de lo mismo: situaciones cuyo desarrollo pueda prever dentro de una forma atractiva y entretenida.

Y es que Ni Una Palabra es una conjunción de gotas que, juntas, forman un mar por el que ya hemos navegado. Hay referencias (nada sutiles) a Rescate (las risibles secuencias de Conrad plantándole cara a los secuestradores) y a El Silencio de los Corderos (el protagonista necesita la ayuda de otro personaje para resolver el problema en el que se ve envuelto). Por si no fuera bastante, se añaden tópicos que, en ocasiones, encrespan los nervios del respetable (¿hay alguien que no se dé cuenta de que Sachs oculta algo?; ¿cómo pueden los guionistas poner pistas tan burdas a lo largo del libreto?). Ya para rematar, y posiblemente temerosos de que la historia central no tuviera la fuerza necesaria, se incluyen pasajes paralelos para crear la sensación de que nos encontramos ante un «thriller» de los de morderse las uñas (uno de ellos es el de la agente de policía, que para lo que hace mejor hubiera sido que se quedara en casita). Puede que en parte se consiga el resultado deseado (lo bueno de este tipo de producciones es que son entretenidísimas, de ahí que sea una exageración calificarlas como bodrios), pero a costa de una dignidad que, aun siendo difícil de alcanzar (nadie puede exigirle a Hollywood un Seven semanal), ni siquiera se ha intentado rozar.

Michael Douglas está correctísimo como padre que hace todo lo posible por recuperar a su hija, retenida por un diabólico delincuente que le presiona así para que se introduzca en la mente de Elisabeth, una joven perturbada que conoce el paradero de una joya robada años atrás. Brittany Murphy es la actriz que interpreta a Elisabeth, haciéndolo con indudable eficiencia, y ello a pesar de las carencias que se hallan en su personaje (¡el doctor Conrad casi la sana en unas cuantas sesiones!; minutos después, sin embargo, vuelve a su estado catatónico habitual, intentándose con ello darle algo más de intriga a la trama).

En cuanto a la partitura de Mark Isham, sólo me interesa su parte dramática e intimista, siendo demasiado rutinarias las piezas que escuchamos durante las escenas más tensas (no obstante, salvaría la trepidante música que se inserta cuando Conrad, tras oír las peticiones de los secuestradores, se desplaza en coche hasta el hospital).

© 2001 Joaquín R. Fernández

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Ni Una Palabra
(Don't Say a Word)


Imagen © 2001

Dirección: Gary Fleder.
País: USA.
Año: 2001.
Duración: 113 min.
Interpretación: Michael Douglas (Dr. Nathan Conrad), Brittany Murphy (Elisabeth Burrows), Sean Bean (Patrick Koster), Skye McCole Bartusiak (Jessie Conrad), Famke Janssen (Aggie Conrad), Jennifer Esposito (Detective Sandra Cassidy), Guy Torry (Martin J. Dolen), Oliver Platt (Dr. Louis Sachs), Shawn Doyle (Russel Maddox), Victor Argo (Sydney Simon).
Guión: Anthony Peckham y Patrick Smith Kelly; basado en la novela de Andrew Klavan.
Producción: Anne Kopelson, Arnold Kopelson y Arnon Milchan.
Coproducción: Andrew Klavan y Nana Greenwald.
Música: Mark Isham.
Fotografía: Amir M. Mokri.
Montaje: Armen Minasian y William Steinkamp.
Diseño de producción: Nelson Coates.
Dirección artística: Dennis Davenport y Kim Jennings.
Vestuario: Ellen Mirojnick.
Decorados: Carolyn Loucks y Justin Scoppa Jr..