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Crítica por Javier M. Tarín

Hollywood ha contribuido con un gran número de filmes a la visualización de la democracia americana, encarnada en una serie de unas señas de identidad como la bandera, la Casa Blanca o el Presidente, que han llegado a sustituir al propio sistema político. Las fuerzas conservadoras han jugado un papel decisivo en la edificación de ese constructo con la imposición de su voluntad en lo que se refiere al tratamiento del sistema democrático norteamericano en el cine. En los años treinta lograron imponer un férreo código - el conocido como Código Hays- que obligaba a tratar los temas políticos y sociales, entre otros, de una manera que evitara cualquier crítica global del funcionamiento del sistema democrático -que sería rápidamente tachado de antiamericano -, ensalzando a su vez el espíritu patriótico y los valores de las clases dirigentes. Dicho código dejó de funcionar, afortunadamente, en 1966 para ser sustituido por el actual sistema de clasificación.

Sin embargo, algunos, al parecer, lo echan de menos. Joseph S. Nye Jr., decano de la Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard, escribía en pleno proceso de impeachment contra Clinton: "Los estudios muestran que durante las tres últimas décadas, los medios y los filmes han tendido a dar una visión más bien negativa de la política y el gobierno. Esto no importaría si la única víctima fuera la vanidad de los políticos. Pero mantenida durante largos períodos, la devaluación del gobierno y de la política puede afectar a la fortaleza de las instituciones democráticas".

Candidata al poder es un filme que transita entre dos aguas, pues intenta mostrar tanto la integridad como la corrupción política. Su guión reescribe hechos recogidos de la actualidad política norteamericana reciente - el Monicagate- y los convierte en materia de ficción para un nuevo relato en la Casa Blanca. Con ese punto de partida, pretende criticar el rumbo adoptado por la política norteamericana y su pasión por unos escándalos sexuales, sustitutos de la verdadera oposición política. Se plantea, asimismo, con una dosis de feminismo superficial, hasta qué punto la vida privada debe tenerse en cuenta a la hora de la elección de los cargos públicos. El eje dramático es el acceso a la vicepresidencia de la senadora Laine Hanson y el rechazo de los sectores republicanos y demócratas más reaccionarios, que se basan en un pasado supuestamente liberal sexualmente hablando para acabar con ella.

Los ingredientes de la trama tienen claras resonancias, como señalábamos, con el caso Lewinsky: desde el uso de Internet para poner en circulación las fotografías de las orgías de la senadora en su juventud al paralelismo entre el fiscal Starr y el personaje de Gary Oldman. Este último sirve para evidenciar el macarthismo practicado desde las instituciones, en forma de comités, con la intención de evitar que una mujer de ideario progresista acceda a un puesto de relevancia. Y extendiendo el símil, se viene a indicar que de eso se trató con William Jefferson Clinton, perseguido, más por su política progresista (?), que por sus deslices sexuales en el despacho oval.

Al mismo tiempo, y en paralelo a las declaraciones de la senadora frente a la comisión del Congreso que ha de ratificar su idoneidad para el cargo, otro de los aspirantes demócratas a la vicepresidencia muestra la bajeza moral que alcanzan algunos dirigentes políticos. Es capaz de simular un accidente de tráfico, en el que él intervendrá de forma heroica, para aumentar su popularidad y, por tanto, sus posibilidades de ser vicepresidente. El hecho de que la chica a la que debe salvar muera, se vuelve en su contra porque el Presidente no quiere a un perdedor en su plantilla.

Si tenemos en cuenta cuál es la manera en que se cierra el relato, entendemos por qué su capacidad crítica queda totalmente neutralizada. Por un lado el malvado Gobernador es puesto en su sitio por la justicia y por los medios de comunicación que entran al trapo encantados con sus perversas intenciones. Por otro, las supuestas veleidades sexuales de la senadora son únicamente eso, suposiciones mal intencionadas y dirigidas por los sectores más conservadores con el fin de evitar que Laine Hanson sea vicepresidenta. Un final feliz que el propio Presidente se encarga de imponer con un discurso patriotero y de loas a la democracia americana que sitúa el filme ideológicamente en el lugar que le corresponde: la exaltación de la mejor democracia mundial. Candidata al poder es una película que se encuentra dentro de los márgenes de lo filmable: señala un problema de la política norteamericana pero la solución ofrecida cae dentro de los límites del espectro democrático norteamericano.

© 2001 Javier M. Tarín

La Butaca

Candidata al Poder
(The Contender)


Imagen © 2000

Dirección y guión: Rod Lurie.
Paises: USA / Francia.
Año: 2000.
Duración: 126 min.
Interpretación: Gary Oldman (Shelly Runyon), Joan Allen (Laine Hanson), Jeff Bridges (Presidente Jackson Evans), Christian Slater (Reginald Webster), Sam Elliott (Kermit Newman), William L. Petersen (Jack Hathaway), Saul Rubinek (Jerry Tolliver), Philip Baker Hall (Oscar Billings), Mike Binder (Lewis Hollis), Robin Thomas (William Hanson), Mariel Hemingway (Cynthia Lee), Kathryn Morris (Paige Willomina), Kristen Shaw (Fiona Hathaway).
Producción: Willi Bär, Marc Frydman, James Spies y Douglas Urbanski.
Producción ejecutiva: Gary Oldman y Maurice Leblond.
Música: Larry Groupé.
Fotografía: Denis Maloney.
Montaje: Michael Jablow.
Diseño de producción: Alexander Hammond.
Dirección artística: Halina Gebarowicz.
Vestuario: Matthew Jacobsen.
Decorados: Eloise Stammerjohn.