Crítica por Ismael Alonso
La dolorosa verdad
Quien tenga por costumbre acercarse al cine como mero disfrute que evite esta
película. Quien, cuando ve la miseria moral y física que se cuece a su alrededor,
prefiere desviar la mirada, que rehuya esta película. "La ciudad está tranquila"
no es un pasatiempo, es una carga de profundidad en la adormilada y descansada
conciencia epidérmica europea. Alejada tanto de la mirada burguesa y complaciente
que domina la filmografía francesa como del cine social tan amable como fabulador
típico de los ingleses, la película de Guédiguian golpea donde más duele,
rasga el velo del "todo va bien" y atenaza los intestinos con una narración
tan aparentemente calmada como intensamente destructora. No sería aventurado
decir que "La ciudad está tranquila" es una película nihilista, que no deja
resquicio a la esperanza o que acumula tanta sabiduría como pesimismo. Tampoco
creo exagerar si digo que se trata de un trabajo imprescindible, que debería
caldear hasta la angustia esos tibios remordimientos en los que nos refugiamos.
Una película que hay que ver.
Como todos los trabajos de Guédiguian, éste está interpretado por los mismos actores, está dotado de la misma textura argumental coral y está ambientado en la misma época y escenario: el barrio marsellés de L'Estaque. No necesariamente un barrio depauperado ni marginal, simplemente un microcosmos de amargos desencantos y realidades. Ni la balsámica presencia del sol y el mar Mediterráneo puede disipar la negra nube que se ciñe sobre el alma desesperada de los protagonistas, interpretados todos ellos con el rigor y nervio habitual en esta troupe erigida casi en compañía estable del teatro de antaño. Varias historias se entrecruzan en la película. Historias que avanzan y se mezclan y que hablan sobre desengaños, sobre luchas perdidas de antemano y sobre una cierta fe ciega en el abismo.
No acostumbra el cine de Guédiguian a ser tan amargo pero tras varios lustros mostrando las alegrías y tristezas de sus congéneres desde una óptica cercana al cuento, esta vez ha optado por sumergirse de lleno en una desesperanza palpable, acumulada después de tantos años de ficción tragicómica. El resultado es una de las películas más potentes, veraces y valientes que uno pueda ver actualmente en pantalla. No dejen que su pesimismo les contagie pues el ánimo es mostrar para remontar, dar un paso atrás para evitar que esta "Europa del buen rollo" acabe con los que no lo pasan tan bien a fuerza de evitar verlos. "La ciudad está tranquila" no es un vacío ejercicio de estilo, ni siquiera de realismo. No es más que la arrugada radiografía en nitrato de plata sucia de un corazón que se pudre. Guédiguian y todo su equipo dan una muestra acerada de compromiso y de decepción por un mundo que se nos escapa de las manos. Y ya lo saben, la verdad duele.
© 2001 Ismael Alonso
Imagen © 2000
Dirección: Robert Guédiguian.
País: Francia.
Año: 2000.
Duración: 133 min.
Interpretación: Ariane Ascaride (Michèle), Jean-Pierre Darrousin (Paul), Gérard
Meylan (Gérard), Alexandre Ogou (Abderramane), Pierre Banderet (Claude), Jacques
Boudet (padre de Paul), Pascale Roberts (madre de Paul), Julie-Marie Parmentier
(Fiona), Christine Brücher (Vivianne Froment), Véronique Balme (Ameline),
Jacques Pieiller (Yves Froment), Farid Ziane (Farid).
Guión: Jean-Louis Milesi y Robert Guédiguian.
Producción: Robert Guédiguian, Michel Saint-Jean y Gilles Sandoz.
Fotografía: Bernard Cavalié.
Montaje: Bernard Sasia.
Vestuario: Catherine Keller.
Decorados: Michel Vandestien.
Dirección de producción: Malek Hamzaoui.