Crítica por Mateo Sancho Cardiel desde el 49º Festival de San Sebastián
Sin palabras. Carlos Saura ha ofrecido su testamento cinematográfico a la audiencia del Festival de San Sebastián y ha dejado simplemente atónito al personal. Últimamente nos tenía acostumbrados a espectáculos visuales algo desangelados en argumento, pero es que en esta ocasión nos presenta una patraña, una irrisoria película indigna de una carrera personal, en ocasiones discutible, pero con un sólido sello de calidad. Sin embargo, el que dice es su último largometraje se ha estrellado de manera espectacular con una trama pretenciosa e improbable que provoca vergüenza ajena.
"Buñuel y la mesa del rey Salomón" nos narra un viaje ficticio por la genialidad del director aragonés, la creación de una película a través de sus ojos ya en el final de su carrera. Es el fruto de la fascinación que le crea la historia de la Mesa del Rey Salomón, milagrosa por mostrar toda la historia de la Humanidad, desde la creación del Edén hasta el Apocalipsis. El viaje lo emprenderán en el año 2002, en Toledo, Buñuel, Lorca y Dalí o tres actores caracterizados como tales, pues no llega a explicarse del todo, por un supuesto camino de tentaciones, universos oníricos y fantasías medievales. Reconozcámolos, la historia, aunque descabellada, podría haber sido llevada a buen puerto.
Por contra, los desatinos comienzan desde que empieza la germinación del proyecto: no es calificable más que de osadía el que Carlos Saura haya querido reflejar la compleja mente de su compañero Buñuel, realizar una película amparada en el estilo del director de Calanda, el surrealismo. La empresa resulta calamitosa, y desde el principio, el público empieza a desenmascarar todo el artificio que contiene. Al Gran Wyoming como un Buñuel anciano parece sacado de sus divertidos sketchs del programa "Caiga quien Caiga". La caracterización es muy buena, pero la interpretación es forzada, ridícula, al igual que las frases que tiene que recitar. Pero pronto descubrimos que, afortunadamente, no será el protagonista de la película, sino el creador de la trama principal, la de la búsqueda de la Mesa del Rey Salomón.
Es entonces cuando la farsa toma proporciones abominables, se carga de efectos especiales y empieza un camino sin retorno hacia la bazofia: tras una introducción con vistas al cine de espionaje de tintes exóticos, el disparate se dirige hacia una película de aventuras de corte "Indiana Jones" o "Los Goonies" pero con pretensiones de reflexión metafísica, con éxtasis divinos de los tres protagonistas, histriónico Ernesto Alterio, correcto Pere Arquillué y notable Adrià Collado. Es un viaje por el interior del subconsciente en el que se nos están presagiando continuamente peligros y maldiciones que luego ni aparecen, sino que se acercan a un paseo por el túnel del terror de un vulgar parque de atracciones, con el robot de "Metropolis" como estrella invitada. Eso sí, estos delirios sirven a Saura para desarrollar su estilo visual, con decorados grandilocuentes y alguna reminiscencia de la obra de Dalí, lo único salvable de esta costosa y pedante producción. Así, para cuando llegan sin ningún tipo de problemas al preciado trofeo, se proyectan una serie de imágenes previsibles e inconexas, mezcladas con documentales sobre la Segunda Guerra Mundial. Un remate al nivel de esta incongruente película, un espectáculo lamentable, un dislate, una aberración del arte cinematográfico que no era de esperar de un autor como Saura.
© 2001 Mateo Sancho Cardiel
Imagen © 2001