Crítica por Mateo Sancho Cardiel
Como representante del cine británico, versión suavizada de un Ken Loach, este año ha logrado el éxito en todo el mundo un hermoso pero ingenuo cuento llamado "Billy Elliot". Detesto enormemente el hipócrita fenómeno que acostumbra a darse entre la crítica cinematográfica al tachar de sentimental y comercial una cinta que, antes de hacerse popular, ha recibido enormes elogios. Por eso, antes de todo, me gustaría aclarar que a mí, si no me ha acabado de convencer "Billy Elliot", es por un mensaje que, pese a sus buenas intenciones, queda desvirtuado por una narrativa poco valiente.
Efectivamente, "Billy Elliot" es un producto que resulta superior a la media, en sus ambiciones y en sus resultados. La enternecedora historia de un niño que habrá de luchar contra los estereotipos y los prejuicios de un pueblo de mente cerrada, bajo el símbolo de unas zapatillas de ballet que le pone en contra de todos sus vecinos, y a veces de sí mismo, por no querer ser boxeador, sino dedicarse al baile. Porque, por mucho que se intente fingir en la vida, no hay nada más maravilloso y satisfactorio que ser auténtico, y esa es la única manera de ser verdaderamente feliz: sentirte a gusto contigo mismo. Hasta allí, plenamente de acuerdo. La historia no puede ser más real, más a pie de calle, y además está contada con mucha sensibilidad, con una preciosa relación entre Billy y su profesora, que pondrá todas sus esperanzas en el chico para salir de la mediocridad.
Sin embargo, lo que no me gustó de "Billy Elliot" es que parece que sólo se le acepta y se le respeta cuando queda demostrado que tiene grandes aptitudes para aquello que se le reprocha. Creo que aquí la historia se queda corta, y aunque bien es cierto que no se pretende más que ofrecer un cuento de hadas, me suena a poco coraje narrativo. Porque creo que no hace falta ser un genio para hacer lo que te gusta, sino que basta con eso, que te guste. Y así, también resulta inverosímil que se produzca un cambio tan radical en el entorno a raíz de su éxito. Más bien creo que es entonces cuando la incomprensión, enriquecida por la envidia, hace las cosas más difíciles. Así, se reduce a aquello, hermoso pero francamente más fácil, de que luches por aquello que amas y no acaba de cuajar en un canto a la libertad humana. Sin embargo, parece que es más importante ser más subversivos en el tema de los sindicatos y la problemática social. Tras ella, no acierto más que a observar un intento demasiado forzado de responder a los cánones del cine autóctono de las islas.
De todas formas, insisto en que estoy hilando demasiado fino, que "Billy Elliot" es un filme recomendable, que sabe emocionar, jugar con el corazón del espectador sin llegar a empalagarlo. Además, se sirve de unas espléndidas interpretaciones de todo el reparto, sin excepciones, pero sí con excepcionalidades: tanto Jaime Bell, que por su papel de Billy debería haber estado en los Oscar, como Julie Walters -su profesora y principal apoyo- destacan por su naturalidad y entrega en sus agradecidos personajes. En mi opinión, son ellos y sus respectivos roles los que levantan la película y la convierten en una cinta muy agradable, un correcto pero menor ejercicio de denuncia y sentimiento que, pese a todo, sienta las bases para una interesante reflexión. Y, ciertamente, hay veces que no es necesario mostrar todo en su dureza para llegar a lo real, sino que es ejercicio de cada uno el extraer la aplicación a la vida real.
© 2001 Mateo Sancho Cardiel
Imagen © 2001