Crítica por Mateo Sancho Cardiel
"Una película puede tener grandes actores, pero si no hay un buen guión, no hay nada que hacer", Morgan Freeman dixit. No hay frase que mejor pueda resumir esta película. Javier Bardem hace una de las mejores interpretaciones de su carrera, pues es un papel que abarca todos los registros: desde la sensibilidad, hasta la dureza, desde el estupendo estado físico hasta la agonía de la muerte por el SIDA, pero no puede evitar que la película tenga una calidad muy escasa.
Si bien esta magnífica actuación no hace que el guión resulte mejor, lo cierto es que sí hace subir mucho el nivel de la película, aunque de todas formas se quede en la categoría de fracaso artístico. Y es que la historia se hace pesada y poco interesante. Tal vez la vida del pobre Reinaldo Arenas era tal cual, pero para eso está el cine, para dramatizar las situaciones que aparentemente son insulsas o, en cualquier caso, para los amantes del rigor histórico en las películas, seleccionar aquellos pasajes que al espectador puedan resultar entretenidos. Porque esta película hace que sus ciento veinticinco minutos se hagan como una eternidad: el ritmo es lento, la acción desigual, el mensaje algo desdibujado y muchos de los fragmentos de la película podrían haber sido obviados perfectamente.
Por un lado desaconsejo completamente la visión de esta película, y mucho más si ustedes han de pagar la entrada. Pero, si por razones circunstanciales se ven forzados a verla, pueden tomárselo con filosofía y estar al tanto de los cameos que hacen varios actores famosos, amigos del excéntrico Julian Schnabel. Ver a Johnny Depp en el papel de un travestido con extraordinaria capacidad anal, a Sean Penn como camionero, Najwa Nimri como una mujer que se tira por el balcón o, en papeles más amplios, a Olivier Martinez como Lázaro, el mejor amigo de Reinaldo y a la mujer del propio director, que luce preciosa en sus escasas escenas, es algo que puede hacer más amena la película, pero que tampoco justifica su visionado.
Por otro lado, estéticamente, la película tiene un marcado estilo documental que no presenta ninguna escena que nos recree la vista, así que tampoco se puede acudir a verla como espectáculo visual, pues Cuba podría haber sido mucho mejor aprovechada.
En definitiva, esta película es un producto ambicioso mal realizado que no sé cómo consiguió el premio del Jurado en Venecia, cuando es una obra francamente aburrida, argumentalmente desaprovechada (el tema de la homosexualidad, sin ir más lejos fue mucho mejor tratado en Segunda Piel) y visualmente pobre. Por mucho que Bardem se esfuerce, por él no merece la pena perder dos horas y pico de nuestra vida. Hay muchísimas cosas por hacer bastante más productivas.
© 2001 Mateo Sancho Cardiel
Imagen propiedad de Grandview Pictures