Crítica por Mateo Sancho Cardiel, durante el Festival de San Sebastián 2000
El cine francés, por si en su país no se es demasiado chovinista, ha secuestrado a nuestro festival para arrasar con todos los premios. El año pasado, en la lectura del palmarés quedé atónito con el reparto de galardones que se hizo, ya que las dos películas del país vecino que coparon casi todo me parecieron una horrenda y la otra mediocre, hasta el punto de este año desechar todo lo que procediera del país en cuestión. Sin embargo, este año finalmente he asistido a la proyección de "Bajo la arena" ("Sous le sable") y me he llevado una grata sorpresa.
No es una gran película, pero tiene un mensaje muy profundo, que, aunque no soy partidario de este tipo de técnicas, sólo es susurrado y deja al espectador la tarea de darle la forma definitiva. Así habla de temas fundamentales en la existencia humana. Tomando como detonante la muerte de un hombre en la playa de Las Landas, retrata la dureza de afrontar una muerte por parte de los que quedan en vida, en este caso su mujer, en el caso de que se atrevan a afrontarlo. Porque muchas veces, las verdades, si no se dicen, parece que no existen, y se va creando una protección, un autoconvencimiento que finalmente es eficaz y nos protege del dolor. Pero el caparazón no es algo duradero y tarde o temprano nuestra piel entra en contacto con la realidad del mundo y los esquemas se derrumban. Aquí, la protagonista, una estupenda Charlotte Rampling, que amenaza peligrosamente con quitarle el premio a Carmen Maura, se aferra al clavo ardiendo que es la condición de desaparecido y no fallecido de su marido. Nos habla una vez más de la fuerza de un amor más allá de la muerte, de dos personas fundidas que no pueden vivir la una sin la otra, que han creado una simbiosis de la que ambos salen beneficiados, pero que les dejará en desequilibrio si se produce la ruptura. Más aun una ruptura que no consiste en la separación por diferencias irreconciliables, sino en la brusquedad de una muerte que arranca todos los malos recuerdos y deja la parte más sobresaliente, aquella que hace mucho más difícil reiniciar una nueva vida, porque todo son comparaciones con lo que te ha hecho feliz durante tantos años.
En fin, como se ve, yo ya he desarrollado la película, pero lo cierto es que en el momento de verla, te deja algo frío, hasta que empiezas a analizar y ves que sólo acabas de abrir una ventana hacia la reflexión. Una ventana rodada con estilo, interpretada con soberbia y de un ritmo espléndido que hace que su muy bien medida hora y media pase como un relámpago. Es, en definitiva, una obra madura que, además, da otro mensaje muy importante: hay que disfrutar de las pequeñas cosas, que todas juntas pueden llegar a ser un todo sólido tan ansiado como la felicidad. Reflexionen sobre esto último.
© 2001 Joaquín R. Fernández
Imagen © 2000